Por Sole Herrera.
Después de días atravesados por la grieta, donde se discutió desde la condena a Cristina Fernández, su prisión domiciliaria y hasta la posibilidad de que Mauricio Macri termine condenado, este 20 de junio llega con un respiro. Como si en medio de tanto ruido político y social, la Bandera viniera a recordarnos que todavía hay algo que compartimos.
Las calles están lejos de parecerse a una fiesta mundialista. No hay caravanas ni bocinazos. Pero en las redes sociales —ese termómetro emocional del país—, el celeste y blanco volvió a ocupar el centro de la escena. Orgullo, respeto, admiración por Belgrano y por la historia que nos precede. Y, aunque sea por unas horas, la grieta se diluye.
En estos días vimos de todo: quienes marcharon convencidos de que “cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”; y quienes eligieron ir a trabajar porque “hay que ganarse el mango”. Ambos extremos cargados de sentido, pero separados por una grieta que ya no necesita explicarse: se ve, se siente, se respira.
Frases como esas inundaron los muros y las historias. Y también discursos. Como el de Cristina Fernández, quien, en un acto reciente, aseguró que “Milei va a caer como caen todos los proyectos destructivos del país”. Un mensaje que, como era de esperar, agitó aún más las aguas políticas. Pero hoy, Día de la Bandera, hay algo diferente. Tal vez porque Manuel Belgrano no se discute. Porque su figura trasciende partidos y relatos. Porque representa una Argentina posible, aunque a veces parezca tan lejana.
Hoy no se habla (tanto) de kirchnerismo, macrismo o libertarios. Hoy se habla de patria. Y aunque suene ingenuo o pasajero, eso también es importante. Porque en tiempos donde todo parece dividirnos, la bandera todavía nos une.